viernes, julio 12, 2024

2024-06-27: Diálogo con un ejercitante (2)

Ejercitante: Durante la meditación me siento como si estuviera sentado frente a una puerta cerrada. No puedo avanzar, pues la puerta está cerrada. Me empantano, como si se clavara el paso en el suelo. [...]

ME: Para encontrarte con Dios no es necesario que pases por la puerta. Él está delante de la puerta. Está aquí. ¿No confundes tus ansias de Dios con tu deseo por lograr algo? Quieres lograr pasar por la puerta. Todo está delante de la puerta. Todo está aquí [...]

Quieres alcanzar a Dios. El anhelo de Dios es otra cosa. Se puede sentir de vez en cuando, pero es muy quieto y distendido. Generalmente no se siente, sino que se reconoce por sus efectos. Por ejemplo, si tienes dificultades con la meditación y, pese a ello, puede seguir practicándola, sabes que te impulsa el anhelo de Dios, o si puedes soportar la meditación diaria después de los ejercicios es que está actuando tu anhelo de Dios. Otros, en cambio, se proponen muchas cosas pero no lo cumplen pues su anhelo todavía es débil. El ansia de Dios no es un sentimiento, y con frecuencia debe pasar por un periodo en que no se reconoce. Es preciso que pasemos del plano en que nos apoyamos en los sentimientos al plano del ser. Esto sólo puede darse si nos son quitados los sentimientos y, no obstante seguimos actuando por la fuerza de dicho anhelo. En esto se diferencian las expectativas del anhelo de Dios. Este último no se adhiere a los efectos, mientras que las expectativas sí están atadas a los resultados.

Te repito: no tienes que pasar por la puerta. Es una expectativa que nace de tu deseo por lograr algo. Deseas lograr que la puerta se abra. El anhelo de Dios te brinda fuerzas para quedarte delante de la puerta, pero no te urge a que sigas adelante. El anhelo sabe que Dios está aquí; es más, Dios se encuentra en él. Detente a contemplarlo y verás que lo encontrarás todo.

Franz Jalics, Ejercicios de contemplación, Págs 223 -224

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