jueves, octubre 13, 2005

Himno a la Materia (de Pierre Teilhard de Chardin)

Bendita seas tú, áspera Materia, gleba estéril, dura roca, tú que no cedes más que a la violencia y nos obligas a trabajar si queremos comer.

Bendita seas, peligrosa Materia, mar violenta, indomable pasión, tú que nos devoras si no te encadenamos.

Benditas seas, poderosa Materia, evolución irresistible, realidad siempre naciente, tú que haces estallar en cada momento nuestros esquemas y nos obligas a buscar cada vez más lejos la verdad.

Bendita seas, universal Materia, duración sin límites, éter sin orillas, triple abismo de las estrellas, de los átomos y de las generaciones, tú que desbordas y disuelves nuestras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios.

Bendita seas, Materia mortal, tú que, disociándote un día en nosotros, nos introducirás, por fuerza, en el corazón mismo de lo que es.



Sin ti, Materia, sin tus ataques, sin tus arranques, viviríamos inertes, estancados, pueriles, ignorantes de nosotros mismo y de Dios.

Tú que castigas y que curas, tú que resistes y que cedes, tú que trastruecas y que construyes, tú que encadenas y que liberas, savia de nuestras almas, mano de Dios, carne de Cristo, Materia, yo te bendigo.

Yo te bendigo, Materia, y te saludo, no como te describen, reducida o desfigurada, los pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen de fuerzas brutales o de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad.

Te saludo, inagotable capacidad de ser y de transformación en donde germina y crece la sustancia elegida.

Te saludo, potencia universal de acercamiento y de unión mediante la cual se entrelaza la muchedumbre de las mónadas y en la que todas convergen en el camino del Espíritu.

Te saludo, fuente armoniosa de las almas, cristal límpido de donde ha surgido la nueva Jerusalén.

Te saludo, medio divino, cargado de poder creador, océano agitado por el Espíritu, arcilla amasada y animada por el Verbo encarnado.

Tú, Materia, reinas en las serenas alturas en las que los santos se imaginan haberte dejado a un lado; carne tan transparente y tan móvil que ya no te distinguimos de un espíritu.

¡Arrebátanos, oh, Materia, allá arriba, mediante el esfuerzo, la separación y la muerte; arrebátame allí en donde al fin sea posible abrazar castamente al Universo.

(Fuente: Himno del Universo, de Pierre Teilhard de Chardin)
Dedicado a mi amigo y maestro Jose Miguel de Haro
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy profundo el texto ... inmanencia ... transcendencia ...
No he leido nada de Teilhard de Chardin, ¿que webs o recursos suyos me aconsejas para una rápida lectura suya?
Me ha alegrado que sigas escribiendo en el blog, y con esto sentirme acompañado por esta blogosfera integral de habla castellana ... que intuyo que en breve se hara más amplia y profunda.

Anónimo dijo...

Un poco tarde pero... me gustó muchísimo el Himno a la Materia. Gracias por darlo a conocer en tu blog.

Alberto Jimenez "Revolware" dijo...

Juan Carlos y Nacho,

gracias por vuestros comenarios. La verdad es que la obra de Teilhard de Chardin tiene una fuerza inmensa y, como jesuita que era, el potencial para originar un movimiento de renovación muy importante (y necesario con urgencia) en la Iglesia Católica. No obstante me sorprende comprobar que son pocos los católicos, no sólo que no conocen su obra, si no que hayan oido hablar de él. ¿Será que se le sigue silenciando en los ámbitos católicos?. ¿Tiene alguién constancia de que se le mencione en los libros de texto de las editoriales católicas: SM por ejemplo?.

Un fuerte abrazo...

Anónimo dijo...

Teilhard de Chardin... un compañero en mi historia de fe. Un pensador cósmico pero que encuentra un sentido en Cristo a todas las cosas cotidianas y a todos los trabajos. Aconsejo el libro "El medio divino" (aunque al menos en Málaga me costó conseguirlo). Le dedica a Dios estas palabras: "Tú, mi único necesario y mi único suficiente."

Anónimo dijo...

Ese himno a la materia, es el mismo de José Antonio Domínguez , un poeta hondureño creo del siglo XIX