lunes, mayo 26, 2008

A la muerte de mi viejo

Ya no están tus manos huesudas
que señalaban la muerte que sólo tu veías
en esas habitaciones alicatadas de silencios.

Ya no están tus oídos
a los que susurrábamos letanías y Salmos
para alejar el frío del miedo del otro lado.

Ni están tus ojos compañeros del cielo
por donde pasaban las nubes sorprendidas
de ese límite que no entendemos.

Ya no estás tú
si no en los huesos de los por nacer
en los susurros ahogados por la calle al Mediodía;
y en esas nubes que sí respetan las leyes de la termodinámica.


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